El invierno promete problemas para Europa y España. Ya los tenemos: la crisis energética ha traído consigo un encarecimiento de la factura de la luz como no recordábamos, en un mundo desestabilizado por la invasión rusa de Ucrania y sus consecuencias. El megavatio golpea hogares y atemoriza a la gran industria, y eso que aún falta por ver el impacto que tendrán las calefacciones. Un escenario en el que, mientras los 27 países de la Unión plantean por primera vez una reforma total del mercado energético, varias voces piden mirar otra vez a la energía nuclear como posible panacea. Pero ¿es la solución? ¿Tiene la llave para resolver nuestra dependencia energética? ¿Es seguro apostar por ella?
En España la energía nuclear supone, aproximadamente, un 20% de la energía que consumimos (el porcentaje cambia a lo largo del día), la quinta parte del total. Una de sus ventajas es su eficiencia: no importa el momento, si no hay problemas ni paradas programadas, casi siempre entregan su capacidad máxima. Una energía que proviene de siete centrales tirando a viejas, que entraron en funcionamiento entre 1983 y 1988 y que no se diseñaron para estar en activo más de cuatro décadas. Desde entonces, ningún gobierno —y ningún grupo empresarial— ha mostrado interés por ampliar el parque. Y tienen fecha de caducidad: entre 2025 y 2035 las siete centrales se irán apagando para ser posteriormente desmanteladas. Un plan que, cuentan desde el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, no tiene previsto revisarse debido a la actual crisis.
La potencia que ofrecen será sustituida con energías renovables, y España, que hoy es uno de los grandes productores a este lado de Francia, se unirá al grupo mayoritario de países europeos sin centrales atómicas operativas para la producción energética. Un club al que pretende sumarse en 2040 Suecia, que cuenta con seis reactores.
Quien sí ha alterado sus planes es Alemania, el país más afectado por la crisis del gas con Rusia, que tenía previsto cerrar sus tres reactores restantes este mismo año. El gobierno de Olaf Scholz anunció recientemente que mantendrán en reserva hasta bien entrado 2023 al menos dos de sus reactores, por si el invierno y la crisis se complican.
Por si acaso, la Unión Europea ha abierto la puerta a la prolongación de las centrales ya existentes y las que ya están en construcción: en verano, el Parlamento Europeo votó para calificar ciertos aspectos de la energía nuclear (y el gas) como energías “verdes” en su taxonomía. Un movimiento que buscaba equilibrar las dos tensiones: la crisis energética y la climática, donde las ambiciones europeas para reducir emisiones y contribuir a amortiguar la emergencia climática se han topado con el puñetazo ruso.